Busqué por todos los medios la manera de dar con su paradero, y al final hallando a uno de sus amigos en el café que ambos frecuentaban, logré que saliera un emisario en su busca para que le pusiese al corriente de la inesperada gravedad de Madame Duplessis y lógicamente queridos compañeros me vi en la obligación de contestar a la dama como si fuese el verdadero autor, para que su enfermo cuerpo resistiera hasta su llegada.
Apreciada flor de mi corazón:
Viendo el tiempo transcurrido sin noticias vuestras, tuve que partir con mi padre por tierras extranjeras por un asunto importante, pero que ahora, después que un enviado vuestro me ha entregado vuestra carta, y en pleno abatimiento por lo que en ella me comunicáis, resuelvo ponerme en camino con la única esperanza de poder veros, y que me tengáis cerca en vuestro amargo dolor y en vuestra lenta agonía.
No desesperéis querida mía, que aunque mi cuerpo todavía esté distante de vos, mi alma sin embargo se encuentra a vuestro lado, y cogiéndoos de la mano os susurro al oído palabras de aliento para que resistáis en este triste duelo
-¿Podéis sentirlas ya, vida mía?...
Alejandro.
Y me pregunto yo ¿Obré o no bien en toda esta trágica historia?...
Y después de todo Dumas no llegó a tiempo, pues su Dama falleció el 5 de febrero de 1847, tras recibir a pesar de su mala reputación los santos sacramentos, y en la más mísera de las soledades, aun habiendo tenido tantos amantes y amores….
Mas estoy segura que mi carta sí le sirvió de gran apoyo y consuelo, y sólo por ello, mantengo orgullosa el nombre (si es que alguien lo interpreta así) de impostora de Alejandro Dumas hijo.
Pude también estar presente de la misma manera que Alejandro en el sepelio de la infortunada Marie, aunque nadie, repito, nadie me vio; y nuestras lágrimas vertidas fueron el bálsamo que cubrió su taciturno féretro, todo él acompañado de las camelias más bonitas que pudierais nunca imaginar.
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