miércoles, 16 de diciembre de 2009


ALEJANDRO DUMAS Y LA DAMA DE LAS CAMELIAS (II)

Cierto es estimados lectores, que no tengo otro remedio que deciros la verdad y nada más que la verdad, pues mi conciencia no queda tranquila, y ya que os he comenzado a contar esta bonita historia, me gustaría compartir con todos vosotros lo que en realidad sucedió después de leer la epístola de este enamorado escritor.



La fecha en que llegó a mis manos fue entre octubre y noviembre de 1846 y no sabiendo muy bien qué hacer con aquella carta que había estado a la intemperie durante una larga temporada, me dirigí al domicilio de Alejandro Dumas para entregársela en persona; al preguntar por él, un criado suyo me comunicó que se encontraba de viaje con su padre por España y Argelia, por lo que decidí llevármela a mi casa sin decir nada de este asunto. Aún pasaron semanas y hasta yo diría más de un mes, cuando de pronto me propuse realizar una copia lo más exacta posible aunque de mi puño y letra, quedándome de esta manera con el original, y enviársela a su destinataria; es decir a Madame Duplessis, aunque cambié la dirección del remitente y así pudiera recibirla yo.
¿Quizá fue esta otra segunda falta mía? Me temo que sí, pero como ya no puedo cambiar el destino de nadie, y mi aflicción se hace cada vez más insoportable, sólo me queda el consuelo de que alguien más quede enterado.
A finales de enero de 1847, recibí pues la contestación de nuestra protagonista, podéis imaginaros, otra carta de amor para Alejandro, escrita por Marie aunque con una caligrafía un tanto difícil de comprender, y que dice así:

¡Oh amado Alejandro!

Si tan sólo pudiera yo teneros a mi lado, pues mi debilidad apenas me deja escribir y pensar con claridad; aunque sí todavía puedo sentir, sentir vuestro amor y vuestra gran pasión por mí; vos, que tantas veces habéis tenido que perdonar mi descalabrada vida, mis excesos y mis vicios...

Querido mío, la fiebre no sólo no disminuye, sino que aumenta cada día más, y la sangre fluye por mi boca con cada golpe de tos que me azota.

Presiento que mi hora ya se acerca, y no estáis conmigo. Me siento sola, mis flores se marchitan y... ¿Quién las cuidará ahora?

Mis deudas se han agravado y los acreedores no dan reposo ni a una pobre moribuna, llamando constantemente a mi puerta para embargármelo todo.

Confío en que vengáis urgentemente, pues me falta hasta el aliento y mi corazón no dejará con desasosiego de palpitar hasta que os vuelva a ver.

Presentaos cuanto antes ante mí, adorado mío, que mi alma ya se aleja...


Vuestra Marie.

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